Por Salvatore Scimino
23 de junio de 2012
"La muerte de un pobre nadie la llora."
Marcelino Asensio, Aragón, España
Son las seis de la mañana. Del tejado de paja de la pequeña choza sale humo delatando que hay alguien ya preparando posiblemente el "café de maíz", un sucedáneo de la bebida de cafeína preparada a base de maíz tostado. Es el café de los pobres.
Todos los de casa se han levantado temprano, incluso los pequeños. Entre sollozos se abrazan de despedida. La madre le encomienda a Dios en el camino y sus hijos, unos niños de cuatro y cinco años, llorando se agarran como lapas a las piernas de su padre. Su mujer Petronila le abraza y le dice "te quiero, que el Señor te guíe por el camino!" Un día antes Juan había ido al cementerio a despedirse de su padre, enterrado hacía cuatro meses. Ya era viejo y la tristeza lo mató.
Juan está a punto de emprender un largo viaje que durará más de un mes. Y nadie sabe lo que va a pasar por el trayecto.
La pobreza ha carcomido sus entrañas y ya no aguanta ver a su familia pasar hambre. Decidido dice el último adiós desde un pequeño pickup destartalado que lo va a transportar junto con otros compañeros en la misma situación desde las montañas del sur de Honduras hasta la frontera con Guatemala. Juan ha tenido que trabajar de sol a sol durante dos largos meses en la milpa, el cultivo de maíz, a cambio del viaje.
Mareado en el vehículo va contento y triste a la vez. Con mucha fe en su corazón que todo le va a ir bien y podrá llegar a los Estados Unidos y poder encontrar trabajo allí para poder ayudar con remesas a su familia.
Esta es la historia de unos 200.000 centroamericanos que abandonan su hogar y se van a la aventura.
Muchos nunca volverán a casa, se quedarán enterrados o comidos por los zopilotes y los sunchiches (buitres americanos, Coragyps atratus y Cathartes aura, respectivamente) y los coyotes (Canis latrans) por el camino.
Otros serán asesinados por los ladrones que les asaltan en el curso de la odisea. Algunos pierden una o las dos piernas y regresan mancos a su hogar en profunda melancolía pero alegres aún de estar vivos, donde con los brazos abiertos le reciben su familia.
Hay algunos, los suertudos, los que logran atravesar México y pasar la frontera que divide a este país con los EEUU, se abre la esperanza y la posibilidad de encontrar un trabajo, lo que sea.
Llegan al país rico de los "gringos" y cogen los trabajos que nadie quiere, malpagados pero ganan más que un "dólar americano" diario al que están acostumbrados, eso si tienen suerte de encontrar algo en su tierra natal. A veces ni les pagan, son explotados por sus compatriotas.
Su meta es el Coloso del Norte, el país de la estatua de La Libertad, los Estados Unidos de América, como se hacen llamar, monopolizando así el nombre de Américo Vespucio.
Es irónico y cruel que los descendientes de unos miles de europeos "blancos", pues en su historia en el Nuevo Mundo ya se han mezclados con los nativos y los esclavos a pesar de lo que cuentan y de su color, llegasen y se impusiesen a fuerza de plomo contra los pueblos nativos, y luego sean ellos quienes dicten las reglas del juego, de quien entra o no en "su" país.
Entonces, ¿tiene algún sentido la estatua de La Libertad que clama que le den los pobres y los maltratados del mundo?
Muy triste de verdad. Malditas fronteras, inventadas por la casta política y adinerada del hombre. Las malditas fronteras, el invento de los egoístas y psicópatas.
Pero bien, se trata de aprender la historia de estos desdichados. Perfectamente plasmado en los videos a continuación, aunque pueda que algunos de vosotros los lectores digáis "no tengo tiempo", es bueno cogerlo para ver la historia del otro lado, pues todos los que vivimos a este lado en la abundancia impactamos directa o indirectamente en la vida de los pobres. ¿Cómo? Con lo que compramos y consumimos de los supermercados o el vehículo que conducimos, es metal y de alguna parte tuvo que salir. Es enorme el impacto. Todo está conectado. Vamos a ello. Consciencia, hermanos, consciencia!
Foto: Infosur Hoy
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