Por Henri Cagnengues
23 de mayo de 2012
“La ciencia es un
aproximamiento
a la verdad de una
realidad que no existe.”
Poco a poco el homínido sabanero (Homo sapiens) insensato fue pelando y destruyendo la piel de la Tierra. Donde una vez crecieron árboles, los arrancaba y forraba el suelo con concreto para no ensuciarse las patas o para hacer correr su amado vehículo.
Su cruzada contra la naturaleza le había convertido en un desgraciado habitante de la jungla de cemento, sujetando en una mano abundante tecnología y en la otra la locura, añorando inconscientemente las estrellas.
Pasaron los años y estos cedieron a los siglos, uno a uno hasta llegar a la centuria L. A lo largo del camino nadie hizo caso de las advertencias de los especialistas en el medio ambiente, ni tampoco escucharon a los ecologistas. Lo que tenía que suceder sucedió.
Ocurrieron cientos de veces cuando la población humana se fue a pique y siendo una especie flexible logró levantarse cada vez. Hoy día vivían en grandes cúpulas de poca capacidad autosuficiente.
Desde el aire estas parecían tipis de indios de las praderas redondeados, esparcidos y situados a unos cien kilómetros de distancia cada uno, interconectados por medio de gruesos tubos cristalinos, lo suficientemente fuertes para aguantar las tormentas de arena que les azotaban frecuentemente.
Pero la lección de cuidar el medio ambiente, unas pocas isletas que de vegetación que había sobrevivido los embites del tiempo al margen de los grandes desiertos, aún estaba lejos en su agenda, Tenían otras cosas de las cuales preocuparse. Una costumbre ancestral de poner siempre el carro adelante del caballo.
Hubo una reunión de los mejores científicos especializados en genética humana, su objetivo era utilizar un portal teletransportador que habían desenterrado en la Luna, satélite que había sido colonizado hacía un par de milenios, después de haberse marchado los alienígenas que la habían estado ocupando desde los principios del tiempo.
La idea que tenía los expertos era poder usar el aparato teletransportador para intentar poner a unos intrépidos en pleno Siglo XX, para recoger unas cuantas muestras de ADN saludable de los humanos de esa época.
Lo necesitaban para montar un experimento de ingeniería genética para restablecer la antigua apariencia de la especie. Los humanos del Siglo L tenían la apariencia de puercos (Sus scrofa), incluso su genética era idéntica.
Todo como porque sus antepasados habían tenido la costumbre de comer carne de cerdo, de manera exagerada, de generación en generación sin considerar cada una las consecuencias ambientales, su necedad fue convirtiendo poco a poco el planeta en un lugar yermo y desolado, y pocos protestaron.
Aquellos que se atrevían a protestar les castigaban a comer chuletas de gente, material que nunca faltaba. No es de extrañar que floreciera un mercado negro para este tipo de mercancía. Había demasiados humanos y si alguno desaparecía se ponían todos contentos. La moral andaba por los suelos, algo tan común en esta especie desde que surgiese como depredador.
Llegó la hora de echar a andar el aparato que iba a llevar a los científicos al pasado. No sin antes haberles advertido de no coger especímenes contaminados con la carne de los millones de cerdos torturados y desangrados violentamente, carne cargada de derivados metilados de adrenalina (adrenocromas), neopterina, cortisol - las moléculas del terror del transporte y la muerte de los animales en el matadero -, sustancias que, junto con unos virus mutantes, eran los culpables de haber convertido el Homo sapiens en puercogente (pig people, hog people), el Homo tocinus (Therapsida, Mammalia, Homosuidae).
DEL CERDO A LA PUERCOGENTE
CERDO NO HUMANO (SUS SCROFA)
Cerdo bien cebado. Crédito: Ellis Cannon.
ESLABON MASCULINO DEL SIGLO XXI
Medio puercogente. Crédito: People Who Trip!
ESLABON FEMENINO DEL SIGLO XXI
Medio puercogente. Crédito: BelchSpeak.
PUERCOGENTE (HOMO TOCINUS) DEL SIGLO L
Puercoman. Crédito: SH765HT2.
Los viajeros del tiempo aterrizaron a finales de 2010 en Dinamarca, lugar donde encontraron que toda la gente tenía el ADN contaminado con cerdo.
Luego pasaron a Alemania, a continuación Francia y así sucesivamente por toda Europa, pero el resultado seguía igual.
En todos países notaron que el proceso de transformación ya estaba en marcha, bien avanzado y se asustaron.
No tuvieron ningún problema de llamar la atención de la gente por su apariencia de cerdo aunque bípedo. Pasaban desapercibidos.
Ya podían ver muchos eslabones entre el cerdo y la puercogente, humanos de ambos sexos y direrentes edades cargados de toneladas de grasa, por las calles de cualquier metrópolis del planeta (Fig. 1), especialmente en los países provistos de abundantes recursos, donde habían miles de granjas de cerdos, lugares peor que los campos de concentración, algo que aún en esa época era obligatorio estudiar en la academia en los cursos de historia antigua de la Tierra.
Figura 1. Eslabones de puercogente. Crédito: When Life Gives.
Notaron que los niños crecían a base de salchichas, jamón de York, embutidos, mortadela y un sin fin de productos elaborados (Fig. 2) de los hocicos, orejas, penes, vulvas, patas, fetos y tripas de tocinos pues nada se desperdiciaba en la fábrica. Y los adultos eran aficionados a bocadillos de jamón (Fig. 3) y a las chuletas de cerdo acompañado de vino.
Figura 2. Embutidos de cerdo para los eslabones de puercogente. Crédito: Goggle images.
Figura 3. Eslabón de puercogente devora un bocadillo de jamón. Crédito: Anger Burger.
En ciertas partes de España encontraron gente que guardaba la carne de cerdo en jarras llenas de un aceite que ellos llamaban aceite de oliva.
Por doquier en los países ricos, incluso en los pobres la gente estaba obsesionada por ese alimento, comían carne de desayuno, carne para la comida (almuerzo) y carne para la cena, una dieta muy insana de verdad.
Aún no se habían enterado que las adrenocromas de la carne creaban adicción en quien las consumía, tal como lo hacía la cocaína, opio u otros narcóticos del mercado negro tan imperante en esta época.
Las madres preocupadas por la salud de sus hijos y para que no soltaran berrinches (Fig. 4) les atiborranban de comida chatarra y leche y yogures llenos de pus.
Figura 4. Cachorro de puercogente atiborrado de comida chatarra. Crédito: La Diva Cucina.
Y la gente le preguntaba al médico el por qué estaban tan enfermos de problemas de hígado, la válvula de escape trasera (culo) adornada de gajos de hemorroides, arterias atascadas de colesterol, artritis, cáncer de tetas y cojones y un sin fin de patologías, además de que los hombres se volvían tergiversados (ovarizados) y las mujeres machorras y garañonas (cojonizadas).
Cerdo comes y en cerdo te convertirás, recordaban vehementemente los exploradores del futuro. Aunque pareciese mentira, existía cierta verdad en esta máxima. Era la segunda cosa que siempre se les venía a la mente.
Otra cosa que no olvidaban era que cada vez que una persona ingiere carne de cerdo en realidad está consumiendo ADN porcino.
Los aminoácidos del cerdo pasan a formar parte del cuerpo humano. Es decir que después de tu cena de chuletas de cerdo eres un cerdo.
En más que de una ocasión los exploradores tuvieron que explicar a unas cuantas personas del siglo XXI, ignorantes a pesar de que tenían la maravilla, para esos tiempos, de la internet, ciertas cosas de la biología.
Por si no te enteras, les decían, hay que recordar que el intestino es el hábitat natural de una comunidad bacteriana muy dinámica, un mundo que está interesando a la comunidad médica cada vez más desde que varios estudios han determinado el importante papel de estos microorganismos en la salud y enfermedad de los humanos.
El intestino de un solo humano contiene de 300-500 especies diferentes de bacterias y el número celular bacteriano es casi 10 veces más que el número de células eucarióticas en el cuerpo humano, según lo indicaban unos científicos de su época, Guarner y Malagelada (2011).
A esto hay que sumarle, continuaban ellos, el zoológico que los humanos llevan en la piel, el pelo, la boca, las vías respiratorias, aparato urogenital, parásitos en la sangre, etc.
Por lo tanto un ser humano es un conglomerado de ADN de diversas formas de vida, empezando por las mitocondrias que son estructuras de origen microbiano con su propio ADN.
Les resumían y señalaban, lo que comes eso es lo que eres.
Su búsqueda por el santo grial del ADN no contaminado de carne de cerdo continuó y se trasladaron a la India donde sí encontraron unas personas que reunía todas las características que tenían especificado.
Hablaron con ellos y llegaron a un acuerdo. Tomaron las muestras, pagaron con una bola, la cual al ser frotada vibraba y daba alegría y abundante salud, no sin antes haberla probado en el abuelo enfermo de la familia, quien al tocar la bola se levantó y se sintió como un adolescente, y todos contentos. Los exploradores se marcharon.
Dice la leyenda en esas partes de la India que unos raros viajeros con cara de cerdo se les aparecieron en casa un día a esta familia, les preguntaron sobre poder extraerles unas muestras de sangre. Consintieron y les entregaron la bola mágica que lo cura todo. Eso fue todo y ya no dan más explicación.
Es el gran secreto de la aldea, donde las personas pueden llegar gozando de plena salud a los 100 años.
NB.
Para los maniáticos de la gramática del castellano, un latín mal hablado, que sepan que me gusta más como yo lo digo.
Pedimos disculpas a los cerdos no humanos (Sus scrofa) por compararlos con los cerdos humanos (Homo sapiens) y a éstos por glotones con los Sus scrofa. De ambos los primeros (Sus scrofa) son los verdaderos humanos.
Agradecimientos
Sinceramente les estamos muy agradecidos a todos los cibernautas que contribuyen con su granito de arena a la red electrónica global (www) aportando material, como ha sido el caso de SH765HT2 cuyo puercoman ha servido de inspiración para este post. Y a los administradores del portal Gundhramns Hammer (e-rastrillo) por abrirnos la puerta y a Blogger por montar estas ventanas digitales gratis.
Referencias
Breinekova, K, M. Svoboda, M. Smutná & L. Vorlová (2007). Markers of acute stress in pigs. Physiol. Res., 56: 323-329.
Dunn, Rob (2011). The Wild Life of Our Bodies. Predators, Parasites, and Partners that Shape Who We Are Today. Harper. 304 p.
Guarner, Francisco & Jaun-R Malagelada (2003). Gut flora in health and disease. Lancet, 361: 512-19.
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