Global Research
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Al fundador de Microsoft, Bill Gates, se le puede acusar de todo, pero no de 
ser haragán. Comenzó a programar a los 14, fundó Microsoft a los 20, mientras 
todavía estudiaba en Harvard. En 1995 Forbes lo catalogó como el hombre más rico 
del mundo por ser el mayor accionista de su Microsoft, una compañía que su 
ímpetu incansable convirtió en un monopolio de facto de sistemas de software 
para ordenadores personales.
En 2006, cuando la mayoría de las personas en una situación semejante podrían pensar en retirarse a una tranquila isla en el Pacífico, Bill Gates decidió dedicar sus energías a su Fundación Bill y Melinda Gates, la mayor fundación privada ‘transparente’ del mundo, como dice, disponiendo de una dotación impresionante de 34.600 millones de dólares, y la necesidad legal de gastar 1.500 millones de dólares al año en proyectos benéficos en todo el mundo para mantener su condición benéfica libre de impuestos. En 2006, un regalo de unos 30.000 millones de dólares en acciones de Berkshire Hathaway de su amigo y asociado empresarial, el mega inversionista, Warren Buffett, colocó a la fundación de Gates en la liga en la que gasta casi el monto total del presupuesto anual de la Organización Mundial de la Salud de Naciones Unidas.
Así que cuando Bill Gates decide gastar, a través de la Fundación Gates, unos 30 millones de dólares de su bien ganado capital en un proyecto, vale la pena considerarlo.
Ninguna empresa es más interesante en la actualidad que un curioso proyecto en uno de los sitios más remotos del mundo, Svalbard. Bill Gates invierte millones en un banco de semillas en el Mar de Barents cerca del Océano Ártico, a unos 1.100 kilómetros del Polo Norte. Svalbard es un árido trozo de roca reivindicado por Noruega y cedido en 1925 por un tratado internacional.
En esa isla dejada de la mano de Dios, Bill Gates invierte decenas de sus millones acompañándolo la Fundación Rockefeller, Monsanto Corporation, Syngenta Foundation y el gobierno de Noruega, entre otros, en lo que llaman ‘el banco semillero del día del juicio final.’ Oficialmente, el proyecto se llama la Cámara Semillera Global Svalbard en la isla noruega de Spitsbergen, parte del grupo de islas Svalbard.
La cámara de semillas del día del juicio final
El banco de semillas es construido dentro de una montaña en la isla Spitsbergen cerca de la pequeña aldea Longyearbyen. Está casi listo para entrar en acción, según sus comunicados de prensa. El banco tendrá puertas dobles a prueba de explosiones con sensores de movimiento, dos esclusas de aire, y paredes de hormigón reforzado con acero, de un metro de grosor. Contendrá hasta tres millones de variedades diferentes de semillas de todo el mundo, ‘para que la diversidad de cultivos pueda ser conservada para el futuro,’ según el gobierno noruego. Las semillas serán especialmente envueltas para excluir la humedad. No habrá personal a tiempo completo, la relativa inaccesibilidad de la bóveda facilitará el control de toda actividad humana posible.
¿Pasamos algo por alto? Su comunicado de prensa declaró: ‘para que la diversidad de cultivos pueda ser conservada para el futuro’. ¿Qué futuro prevén los patrocinadores del banco de semillas, que amenazaría la disponibilidad global de las actuales semillas, casi todas las cuales ya están bien protegidas por bancos de semillas en todo el mundo?
Toda vez que Bill Gates, la Fundación Rockefeller, Monsanto y Syngenta se juntan en un proyecto común, vale la pena escarbar un poco más profundo, más allá de las rocas en Spitsbergen. Y encontramos algunas cosas fascinantes.
El primer punto notable es quien auspicia la bóveda de semillas del día del juicio final. A los noruegos se suman, como hemos señalado, la Fundación Bill & Melinda Gates, el gigante estadounidense del agronegocio DuPont/Pioneer Hi-Bred, uno de los mayores dueños del mundo de semillas de plantas patentadas genéticamente modificadas (OGM) y agroquímicos relacionados; Syngenta, la importante compañía de semillas y agroquímicos basada en Suiza, a través de su Fundación Syngenta; la Fundación Rockefeller, el gripo privado que creó la “revolución genética” con más de 100 millones de dólares de capital semilla desde los años setenta; CGIAR, la red global creada por la Fundación Rockefeller para promover su ideal de pureza genética mediante el cambio agrícola.
CGIAR y ‘El Proyecto’
Como lo detallé en el libro “ Seeds of Destruction” [Semillas de destrucción] (1), en 1960, la Fundación Rockefeller, el Consejo de Desarrollo de la Agricultura de John D. Rockefeller III y la Fundación Ford unieron fuerzas para crear el Instituto Internacional de Investigación del Arroz (IRRI) en Los Baños, en las Filipinas. En 1971, el IRRI de la Fundación Rockefeller, junto con su Centro Internacional de Mejora del Maíz y del Trigo basado en México, y otros dos centros internacionales de investigación creados por Rockefeller y la Fundaciòn Ford, la IITA para la agricultura tropical, en Nigeria, y el IRRI para el arroz, en las Filipinas, se combinaron para formar un Grupo Consultivo global sobre la Investigación Internacional de la Agricultura (CGIAR).
CGIAR fue formado en una serie de conferencias privadas realizadas en el centro de conferencias de la Fundación Rockefeller en Bellagio, Italia. Los principales participantes en las conversaciones de Bellagio fueron George Harrar de la Fundación Rockefeller, Forrest Hill de la Fundación Ford, Robert McNamara del Banco Mundial y Maurice Strong, el organizador medioambiental internacional de la familia Rockefeller quien, como fideicomisario de la Fundación Rockefeller, organizó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano en Estocolmo en 1972. Formó parte del enfoque durante decenios de la fundación por convertir a la ciencia al servicio de la eugenesia, una versión execrable de la pureza racial, que ha sido llamada ‘El Proyecto.’
Para asegurar el máximo impacto, el CGIAR incorporó a la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO), el Programa de Desarrollo de la ONU y el Banco Mundial. Por lo tanto, a través de un apalancamiento cuidadosamente planificado de sus fondos iniciales, la Fundación Rockefeller estuvo en condiciones a comienzos de los años setenta de conformar la política agrícola global. Y así lo hizo.
Financiado por generosas becas de estudio de Rockefeller y de la Fundación Ford, CGIAR aseguró que destacados científicos agrícolas y agrónomos del Tercer Mundo fueran llevados a EE.UU. para ‘dominar’ los conceptos de la producción de la producción del agronegocio moderno, a fin de llevarlos de vuelta a sus patrias. Al hacerlo crearon una invaluable red de influencia para la promoción del agronegocio de EE.UU. en esos países, especialmente la promoción de la “Revolución genética” OGM en los países en desarrollo, todo en nombre de la ciencia y de la agricultura eficiente de libre mercado.
¿Ingeniería genética de una raza superior?
Ahora el Banco de Semillas Svalbard se pone interesante. Pero se pone mejor. ‘El Proyecto’ al que me refería es el proyecto de la Fundación Rockefeller y de poderosos intereses financieros desde los años veinte para el uso de la eugenesia, rebautizada posteriormente como genética, para justificar la creación de una Raza Superior genéticamente modificada. Hitler y los nazis la llamaron la Raza Superior Aria.
La eugenesia de Hitler fue financiada considerablemente por la misma Fundación Rockefeller que actualmente construye una cámara acorazada de semillas del día del juicio final para preservar muestras de cada semilla de nuestro planeta. Ahora la cosa se vuelve verdaderamente fascinante. La misma Fundación Rockefeller creó la disciplina pseudo-científica de la biología molecular en su inexorable búsqueda de la reducción de la vida humana a “secuencias de genes definidoras” que esperaban, podrían luego ser modificadas para cambiar a voluntad las características humanas. Los científicos eugenistas de Hitler, muchos de los cuales fueron silenciosamente llevados a EE.UU. después de la Guerra para continuar su investigación eugénica, crearon gran parte del trabajo en la que se basó la ingeniería genética de varias formas de vida, en gran parte apoyada abiertamente hasta bien avanzado el Tercer Reich por generosos subsidios de la Fundación Rockefeller. (2)
La misma Fundación Rockefeller creó la así llamada Revolución Verde, después de un viaje a México en 1946 de Nelson Rockefeller y del antiguo Secretario de Agricultura del Nuevo Trato y fundador de la Pioneer Hi-Bred Seed Company, Henry Wallace.
La Revolución Verde pretendía solucionar considerablemente el problema del hambre en el mundo en México, India y en otros países seleccionados en los que trabajaba Rockefeller. El agrónomo de la Fundación Rockefeller, Norman Borlaug, obtuvo un Premio Nobel de la Paz por su trabajo, aunque no es algo de lo que alguien se pueda enorgullecer si gente como Henry Kissinger también lo comparten.
En realidad, como quedó en claro años más tarde, la Revolución Verde fue un brillante ardid de la familia Rockefeller para desarrollar un agronegocio globalizado que luego podría monopolizar igual como lo había hecho medio siglo antes con la industria petrolera mundial. Como declarara Henry Kissinger en los años setenta: “Si se controla el petróleo, se controla el país; si se controlan los alimentos, se controla a la población.”
El agronegocio y la Revolución Verde de Rockefeller iban de la mano. Formaban parte de una grandiosa estrategia que incluía el financiamiento por la Fundación Rockefeller de la investigación para el desarrollo de la ingeniería genética de plantas y animales unos pocos años más tarde.
En 2006, cuando la mayoría de las personas en una situación semejante podrían pensar en retirarse a una tranquila isla en el Pacífico, Bill Gates decidió dedicar sus energías a su Fundación Bill y Melinda Gates, la mayor fundación privada ‘transparente’ del mundo, como dice, disponiendo de una dotación impresionante de 34.600 millones de dólares, y la necesidad legal de gastar 1.500 millones de dólares al año en proyectos benéficos en todo el mundo para mantener su condición benéfica libre de impuestos. En 2006, un regalo de unos 30.000 millones de dólares en acciones de Berkshire Hathaway de su amigo y asociado empresarial, el mega inversionista, Warren Buffett, colocó a la fundación de Gates en la liga en la que gasta casi el monto total del presupuesto anual de la Organización Mundial de la Salud de Naciones Unidas.
Así que cuando Bill Gates decide gastar, a través de la Fundación Gates, unos 30 millones de dólares de su bien ganado capital en un proyecto, vale la pena considerarlo.
Ninguna empresa es más interesante en la actualidad que un curioso proyecto en uno de los sitios más remotos del mundo, Svalbard. Bill Gates invierte millones en un banco de semillas en el Mar de Barents cerca del Océano Ártico, a unos 1.100 kilómetros del Polo Norte. Svalbard es un árido trozo de roca reivindicado por Noruega y cedido en 1925 por un tratado internacional.
En esa isla dejada de la mano de Dios, Bill Gates invierte decenas de sus millones acompañándolo la Fundación Rockefeller, Monsanto Corporation, Syngenta Foundation y el gobierno de Noruega, entre otros, en lo que llaman ‘el banco semillero del día del juicio final.’ Oficialmente, el proyecto se llama la Cámara Semillera Global Svalbard en la isla noruega de Spitsbergen, parte del grupo de islas Svalbard.
La cámara de semillas del día del juicio final
El banco de semillas es construido dentro de una montaña en la isla Spitsbergen cerca de la pequeña aldea Longyearbyen. Está casi listo para entrar en acción, según sus comunicados de prensa. El banco tendrá puertas dobles a prueba de explosiones con sensores de movimiento, dos esclusas de aire, y paredes de hormigón reforzado con acero, de un metro de grosor. Contendrá hasta tres millones de variedades diferentes de semillas de todo el mundo, ‘para que la diversidad de cultivos pueda ser conservada para el futuro,’ según el gobierno noruego. Las semillas serán especialmente envueltas para excluir la humedad. No habrá personal a tiempo completo, la relativa inaccesibilidad de la bóveda facilitará el control de toda actividad humana posible.
¿Pasamos algo por alto? Su comunicado de prensa declaró: ‘para que la diversidad de cultivos pueda ser conservada para el futuro’. ¿Qué futuro prevén los patrocinadores del banco de semillas, que amenazaría la disponibilidad global de las actuales semillas, casi todas las cuales ya están bien protegidas por bancos de semillas en todo el mundo?
Toda vez que Bill Gates, la Fundación Rockefeller, Monsanto y Syngenta se juntan en un proyecto común, vale la pena escarbar un poco más profundo, más allá de las rocas en Spitsbergen. Y encontramos algunas cosas fascinantes.
El primer punto notable es quien auspicia la bóveda de semillas del día del juicio final. A los noruegos se suman, como hemos señalado, la Fundación Bill & Melinda Gates, el gigante estadounidense del agronegocio DuPont/Pioneer Hi-Bred, uno de los mayores dueños del mundo de semillas de plantas patentadas genéticamente modificadas (OGM) y agroquímicos relacionados; Syngenta, la importante compañía de semillas y agroquímicos basada en Suiza, a través de su Fundación Syngenta; la Fundación Rockefeller, el gripo privado que creó la “revolución genética” con más de 100 millones de dólares de capital semilla desde los años setenta; CGIAR, la red global creada por la Fundación Rockefeller para promover su ideal de pureza genética mediante el cambio agrícola.
CGIAR y ‘El Proyecto’
Como lo detallé en el libro “ Seeds of Destruction” [Semillas de destrucción] (1), en 1960, la Fundación Rockefeller, el Consejo de Desarrollo de la Agricultura de John D. Rockefeller III y la Fundación Ford unieron fuerzas para crear el Instituto Internacional de Investigación del Arroz (IRRI) en Los Baños, en las Filipinas. En 1971, el IRRI de la Fundación Rockefeller, junto con su Centro Internacional de Mejora del Maíz y del Trigo basado en México, y otros dos centros internacionales de investigación creados por Rockefeller y la Fundaciòn Ford, la IITA para la agricultura tropical, en Nigeria, y el IRRI para el arroz, en las Filipinas, se combinaron para formar un Grupo Consultivo global sobre la Investigación Internacional de la Agricultura (CGIAR).
CGIAR fue formado en una serie de conferencias privadas realizadas en el centro de conferencias de la Fundación Rockefeller en Bellagio, Italia. Los principales participantes en las conversaciones de Bellagio fueron George Harrar de la Fundación Rockefeller, Forrest Hill de la Fundación Ford, Robert McNamara del Banco Mundial y Maurice Strong, el organizador medioambiental internacional de la familia Rockefeller quien, como fideicomisario de la Fundación Rockefeller, organizó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano en Estocolmo en 1972. Formó parte del enfoque durante decenios de la fundación por convertir a la ciencia al servicio de la eugenesia, una versión execrable de la pureza racial, que ha sido llamada ‘El Proyecto.’
Para asegurar el máximo impacto, el CGIAR incorporó a la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO), el Programa de Desarrollo de la ONU y el Banco Mundial. Por lo tanto, a través de un apalancamiento cuidadosamente planificado de sus fondos iniciales, la Fundación Rockefeller estuvo en condiciones a comienzos de los años setenta de conformar la política agrícola global. Y así lo hizo.
Financiado por generosas becas de estudio de Rockefeller y de la Fundación Ford, CGIAR aseguró que destacados científicos agrícolas y agrónomos del Tercer Mundo fueran llevados a EE.UU. para ‘dominar’ los conceptos de la producción de la producción del agronegocio moderno, a fin de llevarlos de vuelta a sus patrias. Al hacerlo crearon una invaluable red de influencia para la promoción del agronegocio de EE.UU. en esos países, especialmente la promoción de la “Revolución genética” OGM en los países en desarrollo, todo en nombre de la ciencia y de la agricultura eficiente de libre mercado.
¿Ingeniería genética de una raza superior?
Ahora el Banco de Semillas Svalbard se pone interesante. Pero se pone mejor. ‘El Proyecto’ al que me refería es el proyecto de la Fundación Rockefeller y de poderosos intereses financieros desde los años veinte para el uso de la eugenesia, rebautizada posteriormente como genética, para justificar la creación de una Raza Superior genéticamente modificada. Hitler y los nazis la llamaron la Raza Superior Aria.
La eugenesia de Hitler fue financiada considerablemente por la misma Fundación Rockefeller que actualmente construye una cámara acorazada de semillas del día del juicio final para preservar muestras de cada semilla de nuestro planeta. Ahora la cosa se vuelve verdaderamente fascinante. La misma Fundación Rockefeller creó la disciplina pseudo-científica de la biología molecular en su inexorable búsqueda de la reducción de la vida humana a “secuencias de genes definidoras” que esperaban, podrían luego ser modificadas para cambiar a voluntad las características humanas. Los científicos eugenistas de Hitler, muchos de los cuales fueron silenciosamente llevados a EE.UU. después de la Guerra para continuar su investigación eugénica, crearon gran parte del trabajo en la que se basó la ingeniería genética de varias formas de vida, en gran parte apoyada abiertamente hasta bien avanzado el Tercer Reich por generosos subsidios de la Fundación Rockefeller. (2)
La misma Fundación Rockefeller creó la así llamada Revolución Verde, después de un viaje a México en 1946 de Nelson Rockefeller y del antiguo Secretario de Agricultura del Nuevo Trato y fundador de la Pioneer Hi-Bred Seed Company, Henry Wallace.
La Revolución Verde pretendía solucionar considerablemente el problema del hambre en el mundo en México, India y en otros países seleccionados en los que trabajaba Rockefeller. El agrónomo de la Fundación Rockefeller, Norman Borlaug, obtuvo un Premio Nobel de la Paz por su trabajo, aunque no es algo de lo que alguien se pueda enorgullecer si gente como Henry Kissinger también lo comparten.
En realidad, como quedó en claro años más tarde, la Revolución Verde fue un brillante ardid de la familia Rockefeller para desarrollar un agronegocio globalizado que luego podría monopolizar igual como lo había hecho medio siglo antes con la industria petrolera mundial. Como declarara Henry Kissinger en los años setenta: “Si se controla el petróleo, se controla el país; si se controlan los alimentos, se controla a la población.”
El agronegocio y la Revolución Verde de Rockefeller iban de la mano. Formaban parte de una grandiosa estrategia que incluía el financiamiento por la Fundación Rockefeller de la investigación para el desarrollo de la ingeniería genética de plantas y animales unos pocos años más tarde.
John H. Davis había sido Secretario de Agricultura 
Adjunto bajo el presidente Dwight Eisenhower a comienzos de los años cincuenta. 
Abandonó Washington en 1955 y fue a la Escuela de Postgrado de Administración de 
Empresas de Harvard, un sitio poco usual para un experto en agricultura en esos 
días. Tenía una estrategia bien definida. En 1956, Davis escribió un artículo en 
la Harvard Business Review en el que declaró que “la única manera de resolver de 
una vez por todas el así llamado problema agrícola, y de evitar engorrosos 
programas gubernamentales, es pasar de la agricultura al agronegocio.” Sabía 
precisamente lo que se proponía, aunque pocos tenían la menor idea en aquel 
entonces – una revolución en la producción agrícola que concentrara el control 
de la cadena alimentaria en manos corporativas multinacionales, lejos del 
agricultor familiar tradicional. (3)
Un aspecto crucial que impulsaba el 
interés de la Fundación Rockefeller y de las compañías de agronegocios de EE.UU. 
era el hecho de que la Revolución Verde se basaba en la proliferación de nuevas 
semillas híbridas en los mercados en desarrollo. Un aspecto vital de las 
semillas híbridas era su falta de capacidad reproductiva. Las híbridas 
incorporaban una protección contra la multiplicación. A diferencia de especies 
normales polinizadas abiertamente, cuyas semillas permitían rendimientos 
similares a los de sus progenitores, el rendimiento de las semillas dadas por 
plantas híbridas era significativamente inferior al de la primera 
generación.
Esa característica de rendimiento disminuyente de las 
híbridas significa que los agricultores deben normalmente comprar semillas cada 
año a fin de obtener altos rendimientos. Además, el reducido rendimiento de la 
segunda generación eliminó el comercio en semillas que es a menudo realizado por 
productores de semillas sin la autorización del cultivador. Impidió la 
redistribución de las semillas del cultivo comercial por intermediarios. Si las 
grandes compañías semilleras multinacionales podían controlar las líneas 
paternales de semillas en casa, ningún competidor o agricultor podría producir 
la semilla híbrida. La concentración global de patentes de semillas híbridas en 
un puñado de gigantescas compañías semilleras, dirigidas por Pioneer Hi-Bred de 
DuPont y Dekalb de Monsanto estableció la base para la ulterior revolución de la 
semilla OGM. (4)
En efecto, la introducción de la tecnología agrícola 
moderna estadounidense, de fertilizantes químicos y semillas híbridas 
comerciales, contribuyeron en conjunto a hacer que los agricultores locales en 
los países en desarrollo, particularmente los mayores, más establecidos, 
dependieran del aporte del agronegocio y de las compañías petroquímicas, en su 
mayoría estadounidenses. Fue un primer paso en lo que se convertiría en un 
proceso cuidadosamente planificado, que duró décadas.
Bajo la Revolución 
Verde, el agronegocio hizo importantes avances en mercados que previamente 
ofrecían un acceso limitado a los exportadores de EE.UU. La tendencia fue 
posteriormente apodada “agricultura orientada al mercado.” En realidad se 
trataba de agricultura controlada por el agronegocio.
Mediante la 
Revolución Verde, la Fundación Rockefeller y posteriormente la Fundación Ford, 
trabajaron mano en mano conformando y apoyando los objetivos de política 
exterior de la Agencia por el Desarrollo Internacional de EE.UU. (USAID) y de la 
CIA.
Un importante efecto de la Revolución fue la despoblación del campo 
de campesinos que fueron obligados a huir a los barrios de chabolas alrededor de 
las ciudades en una búsqueda desesperada de trabajo. No fue por accidente. 
Formaba parte de un plan para crear reservas de mano de obra barata para futuras 
manufacturas multinacionales de EE.UU., la ‘globalización’ de los últimos 
años.
Cuando terminó el autobombo alrededor de la Revolución Verde, los 
resultados fueron bastante diferentes de lo que se había prometido. Surgieron 
problemas por el uso indiscriminado de los nuevos pesticidas químicos, a menudo 
con serias consecuencias para la salud. Con el pasar del tiempo el monocultivo 
de nuevas variedades de semillas híbridas redujo la fertilidad del suelo y el 
rendimiento. Los primeros resultados fueron impresionantes; rendimientos dobles 
o incluso triples de algunos cultivos tales como el trigo y después el maíz en 
México. Pero eso pronto se desvaneció.
La Revolución Verde fue 
típicamente acompañada por grandes proyectos de irrigación que a menudo incluían 
préstamos del Banco Mundial para construir nuevas inmensas represas, y en la 
inundación de áreas previamente habitadas y de tierras fértiles al hacerlo. El 
súper-trigo también produjo mayores rendimientos saturando el suelo con inmensas 
cantidades de fertilizante por hectárea, y el fertilizante era producto de 
nitratos y de petróleo, materias primas controladas por las Siete Hermanas, 
importantes compañías petroleras controladas por los Rockefeller.
También 
se utilizaron inmensas cantidades de herbicidas y pesticidas, creando mercados 
adicionales para los gigantes del petróleo y de la química. Como lo describió un 
analista, en efecto, la Revolución Verde fue sólo una revolución química. En 
ningún momento podrían las naciones en desarrollo pagar por las inmensas 
cantidades de fertilizantes químicos y pesticidas. Obtendrían los créditos por 
cortesía del Banco Mundial y préstamos especiales de Chase Bank y otros grandes 
bancos de Nueva York, respaldados por garantías del gobierno de 
EE.UU.
Aplicados en una gran cantidad de países en desarrollo, esos 
préstamos fueron recibidos sobre todo por grandes terratenientes. Para los 
pequeños campesinos la situación se desarrolló de otra manera. Los pequeños 
agricultores campesinos no podían permitirse los productos químicos y otros 
insumos modernos y tenían que pedir prestado dinero.
Varios programas 
gubernamentales trataron inicialmente de suministrar algunos préstamos a los 
agricultores para que pudieran adquirir semillas y fertilizantes. Los 
agricultores que no pudieron participar en este tipo de programa tuvieron que 
pedir prestado dinero del sector privado. Por las exorbitantes tasas de interés 
para préstamos informarles, numerosos agricultores pequeños ni siquiera 
obtuvieron los beneficios de los altos rendimientos iniciales. Después de la 
cosecha, tuvieron que vender la mayor parte, si no todos sus productos, para 
pagar préstamos e intereses. Llegaron a depender de prestamistas y comerciantes 
y a menudo perdieron sus tierras. Incluso con préstamos a condiciones favorables 
de agencias gubernamentales, la plantación de cultivos de subsistencia cedió 
ante la producción de cultivos comerciales. (5)
Desde decenios los mismos 
intereses, que incluyen a la Fundación Rockefeller que respaldó la Revolución 
Verde inicial, han trabajado para promover una segunda “Revolución Genética” 
como el presidente de la Fundación Rockefeller, Gordon Conway, la llamó hace 
varios años: la difusión de la agricultura industrial y de insumos comerciales 
incluyendo las semillas patentadas OGM.
Gates, Rockefeller y una 
Revolución Verde en África
Si se tiene presente el verdadero 
antecedente de la Revolución Verde de la Fundación Rockefeller en los años 
cincuenta, se hace especialmente extraño que esa misma Fundación Rockefeller 
junto con la Fundación Gates, que invierten millones de dólares para preservar 
cada semilla contra un posible escenario “del día del juicio final,” también 
estén invirtiendo millones en un proyecto llamado “Alianza por una Revolución 
Verde en África.”
AGRA, como se llama, es una vez más una alianza con la 
misma Fundación Rockefeller que creó la “Revolución Genética.” Una mirada al 
Consejo Directivo de AGRA lo confirma.
Incluye nada menos que al ex 
Secretario General de la ONU, Kofi Annan, como presidente. En su discurso de 
aceptación en un evento del Foro Económico Mundial en Ciudad del Cabo, 
Sudáfrica, en junio de 2007, Kofi Annan declaró: “Acepto este desafío con 
gratitud a la Fundación Rockefeller, a la Fundación Bill & Melinda Gates, y 
a todos los demás que apoyan nuestra campaña africana.”
El consejo de 
AGRA cuenta además con un sudafricano, Strive Masiyiwa, quien es un 
Fideicomisario de la Fundación Rockefeller. Incluye a Sylvia M. Mathews de la 
Fundación Bill & Melinda Gates; Mamphela Ramphele, ex directora gerente del 
Banco Mundial (2000 – 2006); Rajiv J. Shah de la Fundación Gates Foundation; 
Nadya K. Shmavonian de la Fundación Rockefeller; Roy Steiner de la Fundación 
Gates. Además, la Alianza para AGRA incluye a Gary Toenniessen, director gerente 
de la Fundación Rockefeller y a Akinwumi Adesina, director asociado, de la 
Fundación Rockefeller.
Para completar la rueda, los Programas para AGRA 
incluyen a Peter Matlon, director gerente de la Fundación Rockefeller; Joseph De 
Vries, director del Programa para Sistemas de Semillas de África y director 
asociado de la Fundación Rockefeller; Akinwumi Adesina, director asociado de la 
Fundación Rockefeller. Como la antigua Revolución Verde fracasada en India y 
México, la nueva Revolución Verde en África es evidentemente una importante 
prioridad de la Fundación Rockefeller.
Mientras hasta la fecha tratan de 
no llamar la atención, se considera que Monsanto y los principales gigantes del 
negocio de los OGM están en medio del uso de la AGRA de Kofi Annan para difundir 
sus semillas OGM patentadas por toda África bajo la engañosa etiqueta de 
‘biotecnología,’ el nuevo eufemismo para semillas patentadas genéticamente 
modificadas. Hasta la fecha, Sudáfrica es el único país africano que permite la 
plantación legal de cultivos de OGM. En 2003 Burkina Faso autorizó pruebas con 
OGM. En 2005 Ghana, de Kofi Annan, preparó legislación de bioseguridad y 
responsables clave expresaron sus intenciones de continuar la investigación de 
cultivos OGM.
África es el próximo objetivo de la campaña del gobierno de 
EE.UU. por extender los OGM a todo el mundo. Sus ricos suelos la convierten en 
un candidato ideal. No sorprende que numerosos gobiernos africanos sospechen lo 
peor de los padrinos de los OGM ya que una multitud de proyectos de modificación 
genética y de bioseguridad han sido iniciados en África, con el objetivo de 
introducir los OGM en los sistemas agrícolas africanos. Estos incluyen 
patrocinios ofrecidos por el gobierno de EE.UU. para capacitar en EE.UU. a 
científicos africanos en ingeniería genética, proyectos de bioseguridad 
financiados por la Agencia de Desarrollo Internacional de EE.UU. (USAID) y el 
Banco Mundial; la investigación en OGM involucrando cultivos alimentarios 
indígenas africanos. 
La Fundación Rockefeller ha estado trabajando 
durante años para promover, en gran parte infructuosamente, proyectos por 
introducir los OGM en los campos de África. Ha respaldado investigación que 
apoya la aplicabilidad del algodón OGM en las llanuras de Makhathini en 
Sudáfrica.
Monsanto, que tiene un punto de apoyo sólido en la industria 
semillera de Sudáfrica, tanto en OGM como en híbridas, ha concebido un ingenioso 
programa para minifundistas conocido como la Campaña de las ‘Semillas de la 
Esperanza,’ que está introduciendo un paquete ‘revolución verde’ a agricultores 
pobres en pequeña escala, seguido, por cierto, por semillas OGM patentadas de 
Monsanto. (6)
Syngenta AG de Suiza, uno de los “Cuatro Jinetes del día 
del juicio final OGM” está lanzando millones de dólares a una nueva instalación 
de invernaderos en Nairobi, para desarrollar maíz OGM resistente a los insectos. 
Syngenta también forma parte de CGIAR. (7)
Pasamos a Svalbard
¿Se trata simplemente de un descuido filosófico? ¿Qué lleva 
a las fundaciones Gates y Rockefeller a respaldar al mismo tiempo la 
proliferación en toda África de semillas Terminator patentadas y a punto de ser 
patentadas, un proceso que, como ha sucedido en todos los demás sitios en el 
planeta, destruye las variedades de semillas de plantas al introducir el 
agronegocio del monocultivo industrializado? Al mismo tiempo, invierten decenas 
de millones de dólares para preservar toda variedad de semillas conocida en una 
cámara del día del juicio final a prueba de bombas cerca del remoto Círculo 
Ártico ‘para que la diversidad de cultivos pueda ser conservada para el futuro’ 
para citar su comunicado oficial.
No es por accidente que las fundaciones 
Rockefeller y Gates se unan para impulsar una Revolución Verde al estilo OGM en 
África al mismo tiempo que financian silenciosamente la ‘cámara de semillas del 
Día del juicio final’ en Svalbard. Los gigantes del agronegocio están metidos 
hasta el cuello en el proyecto Svalbard.
Por cierto, toda la operación 
Svalbard y la gente involucrada recuerdan las peores imágenes catastróficas del 
éxito de ventas de Michael Crichton: “La Amenaza De Andromeda,” una película de 
suspenso de ciencia ficción en la que una enfermedad letal de origen 
extraterrestre causa una coagulación rápida y fatal de la sangre que amenaza a 
toda la especie humana. En Svalbard, el depósito más seguro de semillas del 
mundo del futuro será guardado por los policías de la Revolución Verde OGM – las 
fundaciones Rockefeller y Gates, Syngenta, DuPont y CGIAR.
El proyecto 
Svalbard será operado por una organización llamada Fundación mundial por la 
diversidad de los cultivos (GCDT). ¿Quiénes son para poseer una responsabilidad 
tan impresionante sobre todas las variedades de semillas del planeta? La GCDT 
fue fundada por la FAO y Bioversity International (anteriormente el Instituto 
Internacional de Investigación Genética de Plantas), un vástago de la 
CGIAR.
La Fundación mundial por la diversidad de los cultivos (GCDT) está 
basada en Roma. Su consejo es presidido por Margaret Catley-Carlson, canadiense, 
quien también está en el consejo consultivo de Group Suez Lyonnaise des Eaux, 
una de las mayores compañías privadas de aguas del mundo. Catley-Carlson también 
fue presidente hasta 1998 del Population Council, basado en Nueva York, la 
organización de reducción de la población de John D. Rockefeller, establecida en 
1952, para hacer progresar el programa de eugenesia de la familia Rockefeller 
bajo la cobertura de promover la “planificación familiar,” dispositivos de 
contracepción, esterilización y “control de la población” en los países en 
desarrollo.
Otros miembros del consejo de GCDT incluyen al antiguo 
ejecutivo del Bank of America y actualmente jefe de Animación de Hollywood 
DreamWorks, Lewis Coleman. Coleman es también jefe del consejo director de 
Northrup Grumman Corporation, uno de los principales contratistas del Pentágono 
en la industria militar de EE.UU.
Jorio Dauster (Brasil) es también 
presidente del consejo de Brasil Ecodiesel. Es ex embajador de Brasil en la 
Unión Europea, y negociador jefe de la deuda externa de Brasil para el 
Ministerio de Finanzas. Dauster también ha servido como presidente del Instituto 
Brasileño del Café y como coordinador del Proyecto por la Modernización del 
sistema de patentes de Brasil, que involucra la legalización de patentes sobre 
semillas genéticamente modificadas, algo que hasta hace poco estaba prohibido 
por las leyes brasileñas.
Cary Fowler es director ejecutivo de la 
Fundación. Fowler fue profesor y director de investigación en el Departamento de 
Estudios del Medioambiente Internacional y de Desarrollo en la Universidad 
Noruega de Ciencias de la Vida. También fue consejero sénior del director 
general de Bioversity International. Allí representó a los Future Harvest 
Centres del CGIAR en negociaciones sobre el Tratado Internacional sobre los 
Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura. En los años 
noventa, dirigió el Instituto Internacional de Recursos Fitogenéticos (IPGRI), 
en la FAO. Redactó y supervisó las negociaciones del Plan de acción mundial para 
la conservación y la utilización sostenible de los recursos fitogenéticos para 
la alimentación y la agricultura de la FAO, adoptado por 150 países en 1996. 
Es ex miembro del Consejo Nacional de Recursos Fitogenéticos de EE.UU. y 
del Consejo de Administración del Centro Internacional de Mejora del Maíz y del 
Trigo en México, otro proyecto de la Fundación Rockefeller y del 
CGIAR.
El miembro del consejo del GCDT, Dr. Mangala Rai de India, es 
secretario del Departamento de Investigación y Educación Agrícola de India 
(DARE), y director general del Consejo Indio de Investigación Agrícola (ICAR). 
También es miembro del consejo del Instituto Internacional de Investigación del 
Arroz (IRRI) de la Fundación Rockefeller, que promovió el primer experimento de 
importancia con OGM del mundo, el tan exageradamente promocionado ‘Arroz de oro’ 
que resultó ser un fracaso. Rai ha servido como miembro del consejo de CIMMYT 
(Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo), y miembro del 
Consejo Ejecutivo del CGIAR.
Los donantes o ángeles financistas de la 
Fundación Global de Diversidad de los Cultivos incluyen también, para utilizar 
las palabras clásicas de Humphrey Bogart en Casablanca: “a todos los sospechosos 
usuales.”  Junto a las fundaciones Rockefeller y Gates, los donantes incluyen a 
los gigantes de los OGM DuPont-Pioneer Hi-Bred, Syngenta of Basle Switzerland, 
CGIAR y a la Agencia, favorable a los OGM, por la Ayuda al Desarrollo (USAID) 
enérgicamente promovida por el Departamento de Estado. Parece, por cierto, que 
tenemos a los zorros de las OGM y de la reducción de la población protegiendo al 
gallinero de la humanidad, el almacén de la diversidad global de semillas en 
Svalbard. (8)
¿Por qué Svalbard justo ahora?
Podemos 
legítimamente preguntar por qué Bill Gates y la Fundación Rockefeller junto con 
los principales genéticos del agronegocio de la modificación genética como 
DuPont y Syngenta, junto con el CGIAR, están construyendo la cámara de semillas 
del día del juicio final en el Ártico.
En primer lugar, ¿quién utiliza un 
banco de semillas semejante? Los cultivadores e investigadores de plantas son 
los principales utilizadores de bancos de genes. Los principales cultivadores de 
plantas de la actualidad son Monsanto, DuPont, Syngenta y Dow Chemical, los 
gigantes globales de las patentes de plantas OGM. Desde comienzos de 2007 
Monsanto tiene derechos de patentes mundiales junto con el gobierno de EE.UU. 
para la planta así llamada “Terminator” o GURT ((acrónimo inglés de Grupo de 
Tecnologías de Restricción de Uso). Terminator es una siniestra tecnología 
mediante la cual una semilla comercial patentada se ‘suicida’ después de una 
cosecha. El control por las compañías semilleras privadas es total. Un tal 
control y poder sobre la cadena alimentaria nunca ha existido previamente en la 
historia de la humanidad.
Esta variedad Terminator astutamente modificada 
genéticamente obliga a los agricultores a volver cada año a Monsanto o a otros 
proveedores de semillas OGM para conseguir nuevas semillas para arroz, soya, 
maíz, trigo, cualquier cultivo que necesiten para alimentar a su población. Si 
fuera ampliamente introducida en todo el mundo, posiblemente podría convertir en 
una década o algo así a la mayor parte de los productores de alimentos del mundo 
en nuevos siervos feudales esclavizados por tres o cuatro compañías semilleras 
gigantes como Monsanto, DuPont o Dow Chemical.
Eso, desde luego, podría 
también abrir la puerta para que esas compañías privadas, tal vez bajo órdenes 
de su gobierno anfitrión, Washington, nieguen las semillas a uno u otro país en 
desarrollo cuya política se pueda volver contra la de Washington. Los que dicen: 
“No puede pasar aquí” harían bien en estudiar más de cerca lo que pasa 
actualmente en el mundo. La simple existencia de esa concentración de poder en 
tres o cuatro gigantes del agronegocio privado basados en EE.UU. es motivo 
suficiente para prohibir legalmente todos los cultivos OGM, incluso si sus 
ventajas en la cosecha fueran reales, lo que manifiestamente no es el 
caso.
No se puede decir que esas compañías privadas: Monsanto, DuPont, 
Dow Chemical tengan antecedentes inmaculados en términos de manejo de la vida 
humana. Desarrollaron y proliferaron invenciones como la dioxina, los PCB, el 
Agente Naranja. Encubrieron durante décadas evidencia obvia de consecuencias 
carcinogénicas u otras severas para la salud humana del uso de productos 
químicos tóxicos. Han enterrado informes científicos serios de que el herbicida 
más generalizado del mundo, glifosato, el ingrediente esencial en el herbicida 
Roundup de Monsanto vinculado a la compra de la mayoría de las semillas 
genéticamente modificadas de Monsanto, es tóxico cuando se escurre al agua 
potable. (9) Dinamarca prohibió el glifosato en 2003 cuando confirmó que ha 
contaminado el agua subterránea del país. (10)
La diversidad almacenada 
en bancos genéticos de semillas es la materia prima para el cultivo de plantas y 
para una gran parte de la investigación biológica básica. Varios cientos de 
miles de muestras son distribuidas cada año con esos propósitos. La FAO de la 
ONU enumera unos 1.400 bancos de semillas en todo el mundo, el mayor es el del 
gobierno de EE.UU. Otros grandes bancos son mantenidos por China, Rusia, Japón, 
India, Corea del Sur, Alemania y Canadá en orden de tamaño descendiente. Además, 
CGIAR opera una cadena de bancos de semillas en centros seleccionados en todo el 
mundo.
CGIAR, establecido en 1972 por la Fundación Rockefeller y la 
Fundación Ford para propagar su modelo del agronegocio de la Revolución Verde, 
controla la mayor parte de los bancos de semillas privados desde las Filipinas a 
Siria, a Kenia. En total esos bancos de semillas actuales tienen más de seis 
millones y medio de variedades de semillas, casi dos millones de las cuales son 
‘diferentes.’ La cámara del día del juicio final de Svalbard tendrá capacidad 
para albergar cuatro millones y medio semillas diferentes.
¿Los OGM 
como arma de la guerra biológica?
Ahora llegamos al centro del 
peligro y al potencial para abuso inherentes en el proyecto Svalbard de Bill 
Gates y de la Fundación Rockefeller. ¿Puede el desarrollo de semillas patentadas 
para la mayoría de los principales cultivos de subsistencia del mundo como ser 
arroz, maíz, trigo, y granos alimenticios como la soya, ser utilizado en última 
instancia en una forma horrible de guerra biológica?
El objetivo 
explícito del lobby de la eugenesia financiado desde los años veinte por 
acaudaladas familias de la elite como los Rockefeller, Carnegie, Harriman y 
otros, ha encarnado lo que llamaron ‘eugenesia negativa:’ acabar 
sistemáticamente con linajes indeseables. Margaret Sanger, una eugenicista 
diligente, fundadora de la Federación Internacional para la Planificación 
Familiar e íntima de la familia Rockefeller, creó en 1939 algo llamado el 
“Proyecto negro,” basado en Harlem, que, como confió en una carta a un amigo, 
todo lo que se proponía era, como dijera, ‘que queremos exterminar a la 
población negra.’ [11]
Una pequeña compañía de biotecnología de 
California, Epicyte, anunció en 2001 el desarrollo de maíz genéticamente 
modificado que contenía un espermicida que esterilizaba el semen de los hombres 
que lo comían. En esa época, Epicyte tenía un acuerdo de sociedad conjunta para 
propagar su tecnología con DuPont y Syngenta, dos de los patrocinadores de la 
cámara de Semillas del día del juicio final en Svalbard. Posteriormente, Epicyte 
fue adquirida por una compañía de biotecnología de Carolina del Norte. Fue 
sorprendente saber que Epicyte había desarrollado su maíz OGM espermicida con 
fondos de investigación del Departamento de Agricultura de EE.UU. [USDA], el 
mismo que, a pesar de la oposición mundial, siguió financiando el desarrollo de 
la tecnología Terminator, ahora en manos de Monsanto.
En los años 
noventa, la Organización Mundial de la Salud de la ONU lanzó una campaña para 
vacunar a millones de mujeres en Nicaragua, México y las Filipinas entre las 
edades de 15 y 45 años, supuestamente contra el tétano, una enfermedad que 
resulta de cosas como pisar un clavo oxidado. La vacuna no fue suministrada a 
hombres o muchachos, a pesar de que presumiblemente es tan probable que pisen 
sobre clavos oxidados como las mujeres.
Por esta curiosa anomalía, el 
Comité Pro Vida de México, una organización católica laica entró en sospechas e 
hizo que se realizaran pruebas con muestras de la vacuna. Los ensayos revelaron 
que la vacuna contra el tétano propagada por la OMS sólo para las mujeres de 
edad de procrear contenían Gonadotropina Coriónica o hCG, una hormona natural 
que cuando es combinada con un portador de anatoxina tetánica estimula 
anticuerpos que hacen que una mujer sea incapaz de sustentar un embarazo. No se 
informó a ninguna de las mujeres vacunadas.
Más adelante se supo que la 
Fundación Rockefeller junto con el Consejo de la Población de Rockefeller, el 
Banco Mundial (casa del CGIAR), y el Instituto Nacional de Salud de EE.UU. 
habían estado involucrados en un proyecto de 20 años de duración iniciado en 
1972 para desarrollar la encubierta vacuna abortiva con un portador de tétano 
para la OMS. Además, el gobierno de Noruega, anfitrión de la cámara de Semillas 
del día del juicio final de Svalbard, donó 41 millones de dólares para 
desarrollar la vacuna abortiva especial contra el tétano. (12)
¿Será 
coincidencia que esas mismas organizaciones, desde Noruega, a la Fundación 
Rockefeller, al Banco Mundial, estén también involucradas con el proyecto del 
banco de semillas en Svalbard? Según el profesor Francis Boyle, quien redactó la 
Ley Antiterrorista de Armas Biológicas de 1989 promulgada por el Congreso de 
EE.UU.: “el Pentágono se prepara ahora para librar y ganar la guerra biológica” 
como parte de dos directivas de estrategia nacional de Bush adoptadas, señala, 
“sin conocimiento y estudio público” en 2002. Boyle agrega que sólo en 2001-2004 
el gobierno federal de EE.UU. gastó 14.500 millones de dólares en trabajo civil 
relacionado con la guerra biológica, una suma asombrosa.
El biólogo de la 
Universidad Rutgers, Richard Ebright, estima que más de 300 instituciones 
científicas y unos 12.000 individuos en EE.UU. tienen actualmente acceso a 
patógenos adecuados para la guerra biológica. Hay 497 subsidios de los NIH 
(Institutos Nacionales de la Salud) de EE.UU. sólo para investigación de 
enfermedades infecciosas con potencial para la guerra biológica. Por cierto esto 
es justificado bajo la rúbrica de la defensa contra posibles ataques terroristas 
como tantas cosas en la actualidad.
Muchos de los dólares del gobierno de 
EE.UU. gastados en la investigación para la guerra biológica tienen que ver con 
la ingeniería genética. El profesor de biología del MIT, Jonathan King, dice que 
“los crecientes programas de bioterror representan un importante peligro 
emergente para nuestra propia población.” King agrega: “mientras tales programas 
son siempre llamados defensivos, con armas biológicas, los programas defensivos 
y ofensivos se entrecruzan casi por completo.” (13)
El tiempo dirá si, 
Dios no lo quiera, el banco de semillas del día del juicio final de Svalvard de 
Bill Gates y la Fundación Rockefeller forma parte de otra Solución Final, 
involucrando la extinción del difunto, gran planeta 
Tierra.
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F. William Engdahl, investigador asociado del Centro 
de Investigación sobre la Globalización (Centre for Research on Globalization 
(CRG)) es uno de los principales analistas del Nuevo Orden Mundial. Es autor de 
A Century of War: Anglo-American Oil Politics and the New World Order, publicado 
por Pluto Press Ltd. Su nuevo libro, Seeds of Destruction, The Hidden Agenda of 
Genetic Manipulation, estará disponible en Global Research muy pronto. Sus 
escritos pueden ser consultados en www.engdahl.oilgeopolitics.net y en Global 
Research.
Fuente del texto en español: 
 

 
 
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