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lunes, 3 de febrero de 2014

LOS HUEVOS MAS GRANDES: LA LOCURA DE LA INGENIERIA GENETICA

Source: Home Farm Ideas.



Por Salvatore Scimino & Gundhramns Hammer
3 de febrero de 2014
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Había una vez un granjero que vivía muy feliz en una finca al pie de las montañas. Feliz porque tenía muchas gallinas para comer y vender.

Es decir, este hombre tenía para comer lo que no debía comer y para joder a quienes no debería joder, en un mundo que no está para joder, pues si lo jodes, tarde o temprano te va a joder. Tú serás jodido si has jodido a quien no debes haber jodido. Es la ley del joder.

La vida es dura pero se puede vivir sin tanto joder. Sin tanto joder en el sentido de vivir dentro de los parámetros de lo que permiten las leyes de Aquella a la que no se puede joder. No se puede joder a Ella porque te va a joder tarde o temprano donde te dolerá más en tu joder.

Nadie puede más que quien ha hecho todas las reglas: Doña Madre Naturaleza.

Pues bien, este granjero aún no había alcanzado esa etapa en la vida del hombre cuando la empatía es proyectada fuera de los límites meramente personales.

Por lo tanto, cuando llegaba la hora de cortarle el pescuezo a las gallinas, este granjero nunca se ponía a pensar en el dolor que les causaba a estos pobres animales.

Lo hacía como un robot. Todo mecánico. Tal como había sido programado.

Degollaba a las gallinas sin ningún tipo de  preguntas a lo que nadie había preguntado en el transcurso de la línea que lo había traído hasta donde él estaba zampado en el tiempo y espacio.

En el tiempo y espacio donde estaba justo en el momento cuando él blandía el cuchillo para acabar con la vida de una línea más vieja que la de su primatoforme tirapedos abolengo.

Y es que en realidad este hombre era un auténtico robot biológico. Uno de esos que abundan sobre la Tierra, aunque van por allí diciendo que son el culmen de todas las líneas evolutivas existentes en el Universo. ¿O Multiverso?

Por su mente nunca pasaba ni siquiera un pensamiento en cuanto a la dimensión de la empatía más allá de su propio pescuezo.

Se llamaba Simón Gallinero Ratero. Por algo se llamada Gallinero pues vivía de gallinear, es decir de joder a las gallinas.

Todo marchaba bien hasta que un día llegaron a su finca dos hombres un poco extraños. Extraños porque Simón no les entendía ni mierda de lo que estaban hablando.

Más bien a los oídos de Simón la jerigonza de estos dos sujetos le parecía una de esas cosas que sujetan las cosas de la oscuridad a las que él les tenía miedo.

Le sonaba a conjuros de brujería. Y se puso muy nervioso y un poco flojo donde no se debía aflojar porque a este hombre le gustaba fingir que era muy macho.

En realidad Simón estaba a punto de cagarse en los pantalones de miedo pero se aguantó.

Después de todo, él pensó, soy don Simón. Y apretó más fuerte donde debía apretar para no soltar lo que no quería soltar. 

  • Buenos días, don Simón, le dijeron los visitantes, que no eran del espacio pero parecían caídos del espacio.
  • Sí, buenos días, contestó Simón, apretando y aguantando mecha atrás de su mecha.
  • ¡Pasad adelante! ¡Sentaos por aquí!, añadió Simón echando mano a un par de sillas que tenía en el patio.

En el esfuerzo para levantar las sillas a Simón casi se le escapa aquello que no quería que se le escapara y quedar reducido a un montón de mierda.

  • ¿En qué os puedo servir?, preguntó Simón a los visitantes caídos de quién sabe qué espacio.
  • Mire, don Simón, venimos en un asunto muy importante para la patria. El gobierno que nos gobierna no cómo quisiéramos que nos gobernara nos ha pagado para que mejoremos sus gallinas, dijo uno de los dos extraños, el calvo y con gafas de sol.

Resulta que Simón Gallinero Ratero, tal como el apellido de su madre era un auténtico ratero y, en lo poco que entendió, pues ya se había puesto el piñón fijo en sus sesos, el freno automático para no entender lo que no quería entender, sonaron todas las alarmas rojas dentro de su cabeza llena de mierda de gallinas, pues sólo vivía para comer y joder gallinas.

Simón pensó en su corta manera de pensar que el hijo de puta gobierno le iba a quitar sus queridas gallinas.

Y eso sí que no le gustó. Se puso furioso. Tan furioso que se le escapó una minúscula cantidad de agua donde no sale agua sino combustible de lombrices.

Menos mal que los dos empleados del gobierno no se enteraron de su escape fecal excepto su perro llamado Tiroloco, el cual meneó la cola contento y buscando el origen de su próximo manjar.

Y eso de que se llevaran sus gallinas nunca lo permitiría, don Simón. Preferiría que le cortaran sus huevos (cojones) antes que se llevaran a sus amadas gallinas.

Por supuesto que Simón no amaba a sus gallinas, sólo las cuidaba y explotaba para su propio beneficio.

Era un ratero. Y que nos perdonen las ratas, pues estos roedores no se comparan con las diabluras y maldades del Homo insapiens.

Tiroloco lamió la mano de Simón pero el amo del granjero no le prestó atención. El can estaba mostrando interés en su próxima comida sabor a pollo, según sus cuentas.

Sólo el cánido sabía lo que necesitaba saber en el saber de los placeres terrenales en el mundo del saber de los perros.

Por supuesto, para aquellos perros que tienen algo que comer aunque sea la mierda de su amo.  Y no aquellos que el amo manda a comer mierda al infierno cuando los mata y decide comerse a sus mejores amigos que no debería comer: sus perros.

Esa amabilidad del perro le calmó un poco los nervios a don Simón pero no lo suficiente para dejar de seguir apretando donde debía apretar.

Y arrancó con la siguiente pregunta para los extraños en el patio de su casa:

  • ¿Mejorar mis gallinas? ¿Qué quieren mejorar de ellas si ya están bien?
  • Verá don Simón, nosotros somos ingenieros genéticos y en el laboratorio podemos hacer que sus gallinas pongan huevos más grandes y hacerlas de pechuga de mayor tamaño, contestaron los expertos en modificar genéticamente los animales, incluyendo gallinas.
  • Pero para qué demonios queréis hacer que pongan huevos más grandes mis gallinas, arremetió don Simón un poco disgustado y con miedo que le dijeran algo que no quería oír.
  • Por la sencilla razón de que tanto Usted como los demás granjeros en su alrededor puedan tener mayores ganancias, dijo uno de los dos extraños, un gordo que llevaba una caja cuadrada y de color marrón que le ponía los pelos de punta a don Simón, pues le recordaba una que había traído el cura para exorcizar a su finada mujer, a quien según él se la había llevado el diablo.
  • No me parece bien lo que vosotros queréis hacer con    mis gallinas. Si los huevos de las gallinas son más grandes no les van a caber por el culo. No sé…, no sé…. dijo don Simón un poco pensativo. 

Sumido en en el mundo de la imaginación por un breve instante, por la cabeza de Simón pasó toda una secuencia (Fig. 1) de la consecuencia de la secuencia de lo prometido por los dos científicos locos.




Figura 1. La secuencia de una gallina poniendo un huevo en el pensamiento de Simón Gallinero Ratero. Fuente: Home Farm Ideas.

 

Pero un peligroso  seísmo en su tripa, amenazando una terrible explosión y alegrando la vida de Tiroloco, hizo que Simón se cayera de las nubes y apretara más fuerte su inferior epicentro.

Y entonces Simón añadió:

  • ¿Cómo resolverán el problema del culo más grande  de las gallinas?
  • Eso, dijo el calvo, déjenoslo a nosotros. Ese es nuestro  trabajo, mejorar las cosas y animales. Son cosas de la ciencia llamada ingeniería genética.
  • No entiendo. Y sigo sin entender. No se debe mejorar lo que ya está bien. Eso mismo me dijeron cuando vinieron unos como vosotros hace dos años y le inyectaron quién sabe qué putas a mi hija y me la mataron. A ella no la mejoraron, me la mataron. ¡¡Me la mataron!!, gritó furioso don Simón.

Su voz ya no era nada amigable y los dos forasteros ya estaban mirando hacia donde correr por si lo necesitaban. Y sí que lo necesitarían.

Don Simón corrió hacia adentro de la casa y salió con una escopeta en mano. Y la empuñó apuntando hacia los dos científicos.

  • Don Simón, por favor, cálmese que ya nos vamos, dijo el gordo.
  • Será mejor que se larguen antes que suelte un poco de plomo. A mí no me van a tocar ni los huevos de mis gallinas, ni mis huevos ni mis gallinas, amenazó el granjero.

A todo esto sucedió lo que Simón no quería que sucediera. Soltó un pedo ruidoso, pues estaba cagado de miedo, y con el pedo vino la riada de caca.

Pero estando ante un hombre con arma en mano y muy cabreado para colmo de males, los piñones fijos en los cerebros de los científicos se pusieron en marcha. 

Su alerta roja sonó a tope en sus sesos. Su alerta ancestral les advirtió: ¡¡ Peligro!!

Los ingenieros genéticos, con sus nervios alterados y temblando de miedo,  no interpretaron el pedo como tal cosa.

Para ellos el estruendo del pedo sonó como un balazo salido de la escopeta y se echaron a correr cagados de miedo. 

Corrieron lo más rápido que sus patas pudieron.

No sin antes Tiroloco, un animal plenamente enlazado a su amo, habiendo clavado sus colmillos en las nalgas del individuo gordo, quien aún así se las arregló para correr con todas sus fuerzas, con el perro clavado en su culo.

Corría a toda velocidad, la que su cuerpo pudo darle, y en su imaginación incluso continuaba oyendo más disparos de escopeta. 

A medida que corría, el científico gordo soltaba chorros de sudor que parecían paquetes de grasa, pues hacía calor.

El método científico se les había esfumado de la mente a estas alturas a los dos científicos, ante una situación de salvar su pellejo.

Habiéndose perdido de vista los expertos violadores de los Derechos de las Gallinas, Simón Gallinero fue inmediatamente a su gallinero para ver si no le faltaba ninguna y les habló a sus gallinas, cosa que nunca había hecho en su puta vida:

  • ¡Mis niñas, ya se fueron esos cabrones, hijos de puta locos! Nunca más volverán por aquí para hacer locuras de ciencia con vosotras, como eso de huevos más grandes y pechugas y culos más grandes. ¡A la mierda con eso de huevos, pechugas y culos más grandes!
  • ¿Qué será eso de ingenieros genéticos? Suena a una locura, una locura de creerse dioses para crear gallinas con huevos y culos más grandes, ¿no te parece una locura Tiroloco?, añadió don Simón.

Tiroloco sólo ladeó su cabeza. El can estaba más interesado en esa posibilidad entre las posibilidades que le daba la vida de comer algo fresco.

Luego, después de su soliloquio, el granjero Simón Gallinero Ratero procedió a limpiarse su culo y lavar su pantalón lleno de mierda, su propia mierda.

Tiroloco se relamió pero se quedó sin postre.


La ingeniería genética se topa con un hueso duro de roer 

Esta vez la locura de la ingeniería genética no había hecho mella en el cerebro de un hombre rústico, de apariencia valiente, pero sin embargo un absoluto cobarde hasta los dientes.

La ingeniería genética se había topado con un hueso duro de roer. Los científicos no encontraron ninguna manera de convencer al testarudo y peligroso granjero. 

A los científicos les había salido el tiro por la culata.

Y lo sucedido en el patio de la casa de Simón se regó como pólvora en el valle y los demás explotadores de gallinas alistaron sus cañones. 

Pero antes de perder su vida con un tiro en la frente, los ingenieros genéticos se esfumaron. No pudieron realizar su proyecto de agrandar los huevos de las gallinas de la región.

Lo irónico del llamado Simón Gallinero Ratero es que este granjero no sólo era un explotador de gallinas sino también un violador de gallinas. 

Era un “pisagallinas” (follador de gallinas). Eso era lo que era este gallinero de apellido Gallinero. 

Incluso se había vuelto más violador de aves de corral después de que su mujer había muerto y no tenía donde descargar su fiebre reproductora.

El sátiro de las colinas ya lo había intentado con Tiroloco una vez recién fallecida su mujer, pero el perro le había asestado a Simón una buena mordida donde más le dolía al pisagallinas. 

Este sinvergüenza, Simón Gallinero Ratero, sí que necesitaba un poco de ingeniería genética en su cerebro y no sus gallinas.

Simón necesitaba un cerebro con un nuevo cableado para que su órgano pensante produjese las proteínas necesarias para producir compasión hacia sus gallinas.

Para crear un mundo diferente para las gallinas, pues estos animales están entre los seres vivos más maltratados sobre la faz de la Tierra (Video 1).

                          Video 1. Violación de los Derechos de los Pollos.



Un mundo diferente donde la empatía – una noble virtud ausente en los sesos de este granjero pisagallinas llamado Simón Gallinero Ratero o ausente en quien sea y que aún se encuentre metido en las oscuridades de los programas de robots biológicos fuese extendida por los humanos hacia todos aquellos seres con los cuales comparten el mismo planeta.

En la vida de un humano, si se supone que es un ser racional, comer no sólo es cuestión de comer sino también de qué comer.

Y lo que se debe comer no necesariamente es lo que te dicen que debes comer. Hay que comer lo que debemos comer pensando en los demás para dejarles de comer.

Y comer carne de la que sea a estas alturas, en un mundo de recursos finitos y ante una crisis ecológica bien documentada, es no dejarles de comer nada a aquellos que vienen detrás de nosotros y que necesitarán comer en el futuro.

Debemos comer no con los programas que nos hacen comer lo que no deberíamos comer.

Debemos comer con consideración hacia los derechos de los demás.

Comer sin querer comer les dejará sin comer. Comer más de lo que necesitas comer es también no dejarles nada de comer.

Cuando la nada se vuelve algo en la nada eso es comer. Y la nada de la nada produce nada con algo que comer. Entonces hemos comido.

Y si hemos comido lo que no debimos haber comido, entonces no hemos comido. Y lo comido sin haber comido no nos alimentará comamos lo que comamos después de haber comido no que no deberíamos haber comido.

Por lo tanto, lo que comamos será mejor que sea aquello que no nos traerá una enfermedad que nos comerá por haber comido lo que no deberíamos comer.

Y comer carne es comer algo que no es nada de la nada sin nada que nada en la nada de lo que redunda en nada y nos lleva más pronto de lo que esperábamos a la nada con las manos sin nada.

Ya tenemos suficiente para pensar. Ahora a trabajar ese programa de robot biológico que todos tenemos. Hay que madurar.

Ha llegado la hora de cuestionarnos y reprogramarnos, y por supuesto actuar en consonancia y de manera responsable sin derroche ni despilfarro, para que quede algo de comer para los demás. Aquellos que aún están por llegar.

¿Estás tú en ello? 

Nosotros lo estamos.



Referencias

Cavalieri P. (2001). The Animal Question: Why Nonhuman Animals Deserve Human Rights. Oxford University Press, New York, NY, USA. 184 p.

Etches R. J. & Verrinder Gibbins A. M. (1997). Strategies for the production of transgenic chickens. In: Pp: 433-450, Recominant Gene Expression Protocols: Methods in Molecular Biology, Vol. 62, Tuan R. S. (Ed.), Humana Press, Inc., Totowa, NJ, USA. 521 p.

Sang H. (1994). Transgenic chickens – methods and potentialapplications. TIBTECH 12: 415-420.

Sang H. M. (2004). Transgenic chickens and therapeutic proteins. Vox Sanguinis, 87 (Suppl. 2): S164-S166.

Wei Q. (1999). Selection of genetically modified blastodermal cells for the production of transgenic chickens. Ph.D. Thesis, The University of Guelph, Ontario, Canada. 230 p.

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