LA SOJA MATA EN PARAGUAY PERO MAS MATA NUESTRO SONAMBULISMO EN LA ABUNDANCIA

Por Salvatore Scimino

2 de octubre de 2012

Fuente: Along The Yellow Brick Road

Una madre y su hijo entran al supermercado. Es un lugar amplio y bien iluminado. Nada es casual en su diseño. Todo ha sido pensado por los "think tanks" de la psicología del marketing.

Se adentran en la jungla de comida empaquetada para los descendientes del Homo erectus. Esta tienda es una de las miles que adoquinan la ciudad,  las cuevas donde amontonan la comida inflada de pedos venenosos, el destino final de los inventos de los brujos de la ciencia, poderosos magos al servicio del rey don dinero, y donde utilizando la tecnología de alimentos de punta se encargan de mezclar, transformar, acondicionar y adornar los tres elementos básicos que nos mantienen con vida: proteínas, carbohidratos y lípidos. 

A los alimentos también les agregan otras cosas nada buenas para el funcionamiento de la máquina humana a la larga. 

Ambos homínidos se excitan. Alicia Asada de Chuleta, la madre del niño, porque fue donde conoció a su marido, Amado Chuleta, y tres días más tarde él le dio a ella su primer beso. Una semana después sucedió lo que debía suceder. En estos tiempos todo ocurre de prisa. El resultado del proceso histórico que comenzó en esta misma tienda hace cuatro años lo lleva pegado al carro de compras, su hijo, Pánfilo (Fig. 1).

Figura 1. Vástago mimado de Homo "sapiens" en supermercado. Fuente: NFTT.

Y el mocoso se puso nervioso por otras razones. Quería marcar territorio. Se le salían los ojos de ver tantas opciones para decir "es mío", un sentimiento reptiloide, un recuerdo de cuando los pelicosaurios ancestros del hombre (Fig. 2) se peleaban por una pieza de carne a orillas de un arroyo.

Figura 2. Pelicosaurios (Ophiacomorpha). Fuente: Wikipedia.

Las estanterías del supermercado estaban abarrotadas de infinidad de productos que removían las entrañas del cerebro del niño y le producían una fiebre de coger todo lo que podía y estaba a su alcance. Y lo hizo, su madre le dejaba. Así lo mantenía ocupado y le daba lo que ella no había podido tener en su niñez. Una filosofía metida en la cabeza de ella por las pirañas globales que dominan la psique de la gente vacía. 

Tantas necesidades no cumplidas, dicen los psicólogos, hay que llenarlas con algo. Y que mejor manera que comprando. Bueno, para eso tienen a la gente amarrada con una cuerda un poco más larga para que no se enteren de que están atados, en el gran experimento social llamado "democracia".

Llegan a la sección de las galletas y otras golosinas y el mocoso se encapricha con una caja de galletas pintada de verde salpicada de amarillo. Son galletas de harina de soja. A su madre le gusta que su crío coma estas golosinas pues en la TV dicen, además de su médico, que son buenas para fortalecer los huesos del vástago en crecimiento (Fig. 3).

Figura 3. Galletas de soja. Fuente: celíacos.com.

Lejos muy lejos, al otro lado del Charco, en Paraguay un niño guaraní llora. Su madre le conforta y el niño se calma. Ha llegado la mañana, el gallo canta, menos que antes. Se ha quedado solo, sus elegantes hembras fueron muriendo poco a poco por la contaminación agrotóxica en el agua. Al marido de ella hace un año lo enterraron.

Sale humo del tejado de la humilde casita. La mujer no ha pegado el ojo en toda la noche,  preocupada al lado de la cama de su hijo. Una buena madre es un sol sonriente. 

La pobre criatura tiene la cabeza deforme (Fig 4). Desde que ha nacido no ha dejado su cama. Se mueve como una lombriz agonizando en el anzuelo. El niño tiene una mirada dulce y a veces sonríe de manera tan profunda como el firmamento lleno de estrellas en la noche que cubre su hogar. 

Figura 4. Efectos de los agrotóxicos en los humanos. Fuente: altermediaparaguay.

Sólo tiene dos años y nunca conocerá las aves del bosque que lentamente han ido desapareciendo, tampoco verá el horizonte ampliado a su alrededor por la deforestación causada por los codiciosos terratenientes para hacer lugar al nuevo cultivo que les ha traído la desgracia a los campesinos pobres, el infierno de los herbicidas y pesticidas del cultivo de la soja transgénica (Video 1). 

Video 1. La soja transgénica mata en Paraguay.

Las nubes venenosas que deshierban químicamente los campos de la soja transgénica ha caído en toda la región, envenenando y matando y torturando a los que quedan vivos. Nada se escapa. Al final será un desierto sin vida. 

Los empresarios y los políticos paraguayos danzan contentos de manera macabra lejos en los salones de sus mansiones en la capital, contando sus fajos de billetes. No les importa el sufrimiento ajeno. Son unos imbéciles. Tarde o temprano la mano del mismo veneno también les echará el guante y se los llevará a la tumba igual que los insectos y las orugas que alimentaban a los pájaros que nunca conocieron  Están sordos, son necios pegotes de carne rancia y muy ciegos. 

Igualmente de tonta y necia está la señora Alicia de Chuleta en el supermercado con su mocoso Pánfilo, en el mundo "desarrollado." Sin conexión a lo que verdaderamente es importante en la vida, sus fallos de visión se los pasará a su hijo en un ciclo difícil de romper. El hábito aprisiona.

Las galletas de soja que Pánfilo, el niño rico, ha escogido para devorar mientras se lava su cerebro frente a la TV en las tardes y las lonjas de tilapia, trucha y salmón y los camarones que su madre ha comprado para las cenas de su marido Amado, asimismo el aceite, champú, medicinas, entre otros productos, todos llevan el halo del veneno de Paraguay.

El magnífico reporte de NGO Repórter Brasil (2010) nos abre una ventana para que nos enteremos de los impactos socio-ambientales   (pobreza, contaminación, tala de bosques, etc.) (Fig. 5) del cultivo de la soja (Glycine max) en Paraguay.

Figura 5. Camión cargado de carbón de la tala de bosques en Paraguay. Fuente: NGO Reporter Brasil (2010)

La soja transgénica de Sudamérica, mimada con herbicidas (glifosato) y pesticidas (endosulfan) (Tabla 1), es empleada, agregándole harina de tripas y esqueletos del pescado procesado + plumas de aves + harina de lombrices, etc., para elaborar piensos de animales de los campos de concentración (factorías y piscigranjas), y para alimentar a los humanos. Es barata. Y mata. Lentamente.

                         Fuente: Souza (2008).

Pero más mata la ignorancia, la indiferencia y el sonambulismo (inconsciencia) de los consumidores. La demanda de los dormidos mata. 

Referencias

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